"TODOS LOS DIOSES NO ESTÁN MUERTOS"
Art, 0490
En nuestro país hay tres dioses. Nadie sabe cómo han llegado ahí. Un buen día saltaron al olimpo de lo divino y dejaron de ser hombres. Nadie sabe, a ciencia cierta, cómo ocurrió. Las autoridades, los medios, la fe ciega de nuestro pueblo, todo debió contribuir a revestirlos con ese hábito fulgurante e incuestionable, signo inequívoco de lo divino. Ahora, en silencio, nos preguntamos para qué sirven. A veces nos lo preguntamos, sólo a veces. Y ellos están ahí.
Art, 0490
En nuestro país hay tres dioses. Nadie sabe cómo han llegado ahí. Un buen día saltaron al olimpo de lo divino y dejaron de ser hombres. Nadie sabe, a ciencia cierta, cómo ocurrió. Las autoridades, los medios, la fe ciega de nuestro pueblo, todo debió contribuir a revestirlos con ese hábito fulgurante e incuestionable, signo inequívoco de lo divino. Ahora, en silencio, nos preguntamos para qué sirven. A veces nos lo preguntamos, sólo a veces. Y ellos están ahí.
Está el dios del arte y de las letras. Está el dios de la arquitectura. Está el dios de la política. Al dios del dinero no lo contamos porque no tiene forma humana, porque nuestros libros dicen que ha existido siempre, porque está en todos y todos estamos en él.
Hasta el día de hoy, nuestros dioses hablaban desde su púlpito y nos flagelaban con las creaciones incomprensibles de sus mentes privilegiadas. El séptimo día del mes, nuestro pueblo desfila agrupado ante el nuevo mural del dios del arte y las letras, por la nueva plaza del dios de la arquitectura, hasta el nuevo discurso del dios de la política. En el sonido monótono, apagado de nuestras pisadas, se abre un silencio, como si una gran boca se despegara, oscura, para dejar salir las palabras. El séptimo día de cada mes.
Así, se nos ha dado a conocer que hay unas épocas de innovación y otras de asimilación. Que a nosotros nos es dado vivir en una época de innovación gracias a la presencia de nuestros dioses. Ellos están en la cúspide y nosotros en la base, por eso no comprendemos sus creaciones. Nuestro deber es asimilarlas con el paso del tiempo, para que puedan venir otros dioses, otras creaciones. Y así el ciclo se cumpla.
He dicho hasta el día de hoy. Porque hoy, séptimo día del mes tercero, ha ocurrido algo imprevisto. El dios del arte y de las letras ha dicho: “Me atrevería a decir que no sólo soy un dios, sino que soy EL DIOS”. Esto ha sembrado la manzana de la discordia entre los tres. Antes aseguraban no importarles lo que nadie pensara de ellos. Ahora sabemos que, además de ser dioses, son vanidosos.
Hay en nuestro país un hombre. Es pequeño, tiene ojos inquisidores y aspecto de sátiro. Como en un cuadro de Rembrandt, vive apartado, dedicado al estudio, en la sabia y única compañía de un gato. Este hombre ha sido el escogido para juzgar cuál de los tres dioses es el más dios.
Los mira con ojos escrutadores mientras ellos despliegan frente a él sus tesoros. Le ofrecen la capacidad de innovar, la fama, la inmortalidad. Sin palabras, cada uno de los tres fragua una amenaza, para el caso de no ser elegido el más dios. Ante el hombre sabio, las mentes ocultas de los dioses son páginas escritas, diáfanas. No hay que esperar mucho. El hombre sabio dice, como haciéndose una reflexión a sí mismo: “Estos tres dioses tienen aspecto de dioses y alma de conejo”. Se va. Ahora me siento frente a esta página. El gato salta a mi mesa de estudio, arquea el lomo, ronronea y se frota contra la mano que escribe estas últimas palabras, mientras espero a que las páginas diáfanas de sus mentes cobren realidad.
Oigo pasos que se acercan.