Serie de relatos sobre el mundo del arte en la revista ART, 1989/90
"YO, PICASSO"
Ellos no lo saben, pero los veo. Erguido entre los límites de este marco, los veo.
Hay un silencio expectante. Las cabezas, ordenadas, parecen detenidas, cinceladas en el aire. Ellas son espuma compacta en la creta de las olas sucesivas de asientos. Sé que mi ojo izquierdo las hipnotiza, las absorbe, les bebe el aliento: lo pinté así a propósito, justo en el eje axial del lienzo, grande, profundo, inquisidor, ligeramente irónico. Corría el año 1901, me había instalado en un estudio del boulevard de Cliché, cerca del café L´Hipodrome, donde, en febrero, mi amigo Carlos se había quitado la vida. Era mi segunda visita a París. Eran, también, tiempos difíciles.
"LA FUNDACIÓN"
La Villa di Celle está situada pocas millas al este de Florencia. Andrea Bori, su propietario, joven a quien el destino y la tenacidad de sus mayores han dotado de una inmensa fortuna, coleccionista entusiasta de arte, pasea una mañana de otoño por su jardín anglo-chino. Detenido junto al lago artificial, contempla el islote del centro. Éste, ensimismado en su belleza de postal oriental, permanece, como la villa di Celle, ajeno al resto del mundo. Cubiertos ambos por el manso musgo de los días, ven pasar las estaciones, una tras otra: nubes sobre el agua. Andrea sacude la cabeza, se mira las manos agobiado por la idea de un tiempo que pronto empezará a hollar, insoslayable, su cuerpo. El islote y la villa han sido testigos de más de siete generaciones de Boris. Antes de convertirse, él mismo, en una generación pasada, debe acometer una empresa memorable. Súbitamente, bajo los cerezos de hojas lánguidas, se decide mecenas. Hará de la Villa una Fundación de Arte Contemporáneo.
"UPTOWN & DOWNTOWN"
Imaginemos una ciudad. Una de esas pocas ciudades que cuentan en el gran Templo del arte. Enfoquemos nuestra lente. Ahí está la calle que buscamos. Perfecta de galerías que muestran sin pudor al viandante los cálices de la salvación. Un hombre está saliendo con aplomo. Entre dos cálices-lienzos de 3x3m., se asoma al día 8 de mayo agujereado en la ciudad por un tiroteo de coches.
"EL HOMBRE DE NEGRO"
A una señal de tu mano la gran libélula se levanta, ensordecedora. En lo alto de la azotea, impelido por el viento, avanzas como un ladrón encorvado sobre tu adquisición última. Se acercan los guardias de seguridad, devotos a tu nombre. “¿Qué tal el viaje, Mr. Hunter?”. El viaje es el salto de una azotea a otra en el pir2 que forma el centro de la ciudad, algo que el helicóptero realiza sin excesiva fatiga. Uno de ellos te analiza bajo el prisma altivo de su juventud. Tú eres viejo, parcamente vestido. De encontrarte ahí abajo, piensa, no daría ni cinco por ti, un vagabundo cualquiera. El pobre no ha llegado todavía al conocimiento: en tu mundo (poco más del 0% de la población) ni el traje ni la apariencia hacen al hombre.
"CUESTIÓN DE PALABRAS"
El señor Dynamon, jefe de la sección de cultura, precisa crítico. Los que tiene, reclutados entre una inteligentzia de gabardina y pajarita, son un capricho, al igual que las manzanas reineta y, además, le están dando mal resultado.
"EL JARDÍN DE LAS DELICIAS"
A Van Dongen le habían asegurado que ir a Madrid y visitar el museo de El Prado era tan inevitable como salir con paraguas en un día de lluvia. Había viajado por unas pocas horas. El motivo resultaba tan poco evocador como supervisar el material que, sobre su obra, iba a publicarse en la revista Arquitecturas. Era un viaje sin incógnita. A las nueve, a más tardar, estaría de vuelta en Ámsterdam. Antes de que las sombras de los puentes empezaran a diluirse en las aguas trémulas de los canales.
"DE LAS BARBIES, OBJETOS AMBULANTES IDENTIFICADOS"
Lo que voy a contar tiene un estrecho parentesco con la realidad. Es un relato según se mire. Según, una simple nota biográfica.
"TODOS LOS DIOSES NO ESTÁN MUERTOS"
En nuestro país hay tres dioses. Nadie sabe cómo han llegado ahí. Un buen día saltaron al olimpo de lo divino y dejaron de ser hombres. Nadie sabe, a ciencia cierta, cómo ocurrió. Las autoridades, los medios, la fe ciega de nuestro pueblo, todo debió contribuir a revestirlos con ese hábito fulgurante e incuestionable, signo inequívoco de lo divino. Ahora, en silencio, nos preguntamos para qué sirven. A veces nos lo preguntamos, sólo a veces. Y ellos están ahí.
"LA CASA"
Había recibido el encargo dos años atrás. No fue tanto la persistencia de los clientes, un matrimonio entrado en años, sin hijos, como un arranque súbito lo que le decidió, finalmente, a proyectar la casa. Nunca había creído en la inspiración. Para él, como para tantos otros creadores, la obra era un proceso en marcha, fruto del trabajo y la tenacidad. Claro que un borrico, por mucho afán que pusiera, nunca podría proyectar bien.
"EL MUSEO"
En sus cien años de vida, el Museo había visto muchas cosas: parejas besándose en sus escaleras, hombres afectados por el síndrome de Sthendal que de pronto empezaban a rotar como peonzas frente e un cuadr